10 Julio 2020 | Autor: Marià Moreno. Asociación Española contra la Despoblación
Cuando oímos hablar de «Objetivos de Desarrollo Sostenible» (ODS) impulsados por la ONU, solemos pensar que están dirigidos hacia lugares del Planeta que se encuentran atrasados en su desarrollo.
Por tanto, pensamos que no están hablando de nosotros. Nosotros sí hemos conseguido un desarrollo sostenible. A riesgo de ser tachado de oportunista, sería como esto de las epidemias, que pasaban en otros lugares, lejanos y casi siempre más pobres.
Sin embargo, la apelación a la necesidad de un «Desarrollo Sostenible», está mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Lo está al alcance de un trayecto en coche no demasiado largo, y siempre que recorramos el territorio no solo con ojos turísticos, a la caza de lo pintoresco, sino con los ojos que hay que tener para ver cómo vive realmente la gente, esto es, para ver como a menudo simplemente sobrevive.
El objetivo nº 9 de los ODS tiene un largo enunciado: «Construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación». Cuando nos adentramos en él a través de la propia ONU, vemos unos titulares que nos hablan de saneamiento básico, agua potable, infraestructuras para aumentar la productividad, acceso estable a la electricidad, productos agrícolas procesados, energía renovable y acceso a Internet.
Nos proponemos, brevemente, conectar este objetivo con lo que venimos denominando como «Territorios Rurales Inteligentes», aunque ruego me sea permitida la pequeña digresión de considerar que el apelativo «inteligente» quizás sea redundante, esos territorios o son inteligentes o simplemente no serán.
Poco a poco, casi con el mismo ritmo que tiene la desesperanza, que nunca llega de súbito, sino que es el fruto del goteo de las experiencias que nos llevan a ella. Con esa lentitud que hace que casi las cosas no se perciban. En este mundo nuestro, en apariencia tan desarrollado de forma sostenible, nos hemos especializado en hacer justamente lo contrario, que resulten insostenibles innumerables territorios y rincones que ya no pueden sustentar el hacer humano. La explicación central es que se trata del tributo que hay que pagar al progreso. Un tributo que dice que la vida solo será posible en la ciudad, en la urbe, e incluso solo en la «gran urbe».
Hay una cuestión elemental respecto a la sostenibilidad de un territorio. Lo es porque un grupo humano que conforma una comunidad decide que quiere habitarlo de manera indefinida. Es una expresión de voluntad que de acuerdo con nuestras leyes, también es un derecho. Deberá ser inteligente, por supuesto, deberá ser capaz de producir lo que algún mercado le quiera comprar, naturalmente. La nuestra es una Economía de Mercado. ¿Pero también le corresponde a esa comunidad dotarse de las infraestructuras que le permita ser productiva? ¿También le corresponde a ella dotarse de unas condiciones dignas de vida (sanidad, educación)? En suma, ¿Le corresponde a los miembros de esa comunidad hacer lo que nuestro mismo estado, sin despeinarse, hace por cualquier habitante de una ciudad?.
Por supuesto que tenemos por delante que, al menos, un ODS, el nº 9, nos alcance, quedan muchas infraestructuras por construir y también contribuir a la dignificación de muchas vidas, antes de que podamos alardear de que ese objetivo no va con nosotros.
Quiero citar a Cristóbal Colón, constructor de La Fageda, empresa premiada como pocas en todos los niveles, también nacional, para traer aquí sus palabras:
«Tratar a todas las personas igual significa tratar a cada una de forma diferente».
Combatir la despoblación, lograr que unos territorios sean inteligentes, no puede ser abandonado a la lógica del número que parece que lo justifica todo. Cuando todo depende de un dígito, primero se van las cosas y los servicios, y después las personas, tras su marcha solo quedarán encubiertos desiertos salpicando nuestra geografía.
Podemos evitar todo eso, tratando a lo diferente como lo que es: diferente. También porqué la existencia de esas comunidades «diferentes» nos aportan al menos dos cosas fundamentales: Que la vida habite en toda nuestra tierra, y que el sacro derecho a poblarla no dependa ni de los baches de una carretera ni de una conexión a Internet que siempre falla.